Taxiboys, chaperos, hustlers, escorts, gigoló, rentboy y michés. Son algunas de las posibles denominaciones a varones que ejercen la prostitución. Tan diversas como estas denominaciones lo son también aquellos matices entre la masculinidad y la femineidad. Sin embargo, es la prostitución viril lo que destaca de manera acentuada en los protagonistas de Miserere. No sé si “exacerbación paródica del modelo mayoritario de hombre, que le corresponde por asignación anatómica” como apuntó Néstor Perlonger en La prostitución masculina (1993). Libro que el director del documental -Francisco Ríos Flores- usa para recortar fragmentos de inicio y cierre.
En todo caso, el documental destaca a Matías Riccardi, un chico joven (el protagonista no famélico) que se considera guapo y tiene el pene largo, para recrear una escena puestista (me refiero a cierto grado de manipulación para ser lograda) sobre cómo habitualmente el chongo tiraría el anzuelo en los urinarios de la estación de Tren Once, para finalmente pescar en las afueras del baño y dirigirse hasta un hotel barato donde desempeña el rol sexual activo para un cliente de mayor edad que él (el único que desborda placer o por lo menos mejor lo finge). La cámara expone una coreografía de penetración junto a una porno heterosexual proyectada en un viejo televisor de pantalla cóncava y un espejo rectangular con marco de madera desgastado.
Rodrigo Balsano, Fabián Maldonado, Rubén Elías, Mariano Toledo y “Carlitos” García, son los otros cinco (5) protagonistas que posan ante la cámara y prestan sus voces como voice over (y no voz en off). Cuando cada personaje está en cuadro su reflexión y diálogo con el público espectador no comparten el espacio y tiempo que vemos en pantalla. Son audios grabados en otro momento, que nos lleva a inferir sobre aquel trabajo previo de investigación experiencialista- vivencialista, traducido en entrevistas y en la empatía-sintonía para preparar a cada personaje ante la cámara. No es una cámara incómoda. Recorta relatos de vida como imágenes en movimiento. Se nota la pose de cada uno, el esto-ha–sido del personaje y el papel-que- desempeña que no se despega del carácter ficcional que tiene la mayoría de los documentales puestistas.
Sí Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969), American Gigolo (Paul Schrader, 1980), Mala noche (Gus Van Sant, 1986), Less Than Zero (Marek Kanievska, 1987), My Own Private Idaho (Gus Van Sant, 1991), En la boca, no (André Techiné, 1991), Mysteriuos Skin (Gregg Araki, 2004), Aprendiz de gigoló (John Turturro, 2013) y La partida (Antonio Hens, 2013) son filmes que evaluamos a partir de la tensión entre la ficción y la veracidad. En el documental Miserere, en cambio, la tensión se sitúa entre el recurso del voice over y las escenas planificadas. ¿Cuál es límite entre lo verdadero y lo manipulado? ¿Las escenas planificadas restan veracidad a los relatos? ¿Cuál es la frontera entre la investigación cualitativa y la realización documental? ¿Puede abordarse una posible investigación etnográfica desde los propios márgenes?
Está muy de moda (como mero dato estadístico y no en sentido peyorativo) la insistencia por visibilizar personajes-identidades en el documental latinoamericano a partir del relato en primera persona. En Miserere el recurso del voice over, aunque parece omnisciente, es en primera persona y no sustituye ni tergiversa la voz del otro, potenciando la dimensión del séptimo protagonista: Once. Once es gris, oscuro, feo, congestionado, sucio, caótico y libidinoso. Una orgía de cuerpos en venta. Cerca de la parada de los colectivos 88, 132, 32 y 68 observamos mujeres dominicanas y colombianas de piel negra que abordan a cualquier transeúnte varón que pasa cerca de allí.
Los chicos de Miserere no tienen un lugar fijo, deambulan por la plaza, los baños y las entradas/salidas del subte y el tren. Más de una vez hemos usado los baños de Once y nos ha despertado la curiosidad por ver los penes de los demás hombres. ¡Ninguna novedad! Lo sorprendente es la habilidad de los chicos de Miserere para aún conseguir clientes en tiempos donde abundan chupadas y cogidas gratis. Conseguir sexo en la ciudad de Buenos Aires es muy fácil. Basta con ir a los bosques de Palermo, algunos baños de los subtes y trenes, saunas, cines pornos o simplemente acordar algún encuentro a través del grindr. Allí no están los clientes de los chicos de Miserere. Estos en su mayoría son adultos mayores, sedientos de la erección de un miembro viril joven.
En el dispositivo de la prostitución viril se actualizan, además, otras virtualidades sociales. Deseo de la marica por el macho, pero también del viejo por el joven, del rico por el pobre. El deseo, lanzado a la circulación a través del dinero (pensado aquí como flujo de intensificación, no sólo como signo “racional”), carga, para excitarse, oposiciones binarias que fracturan profundamente (históricamente) el cuerpo social (Néstor Perlongher)
Por: aliriocinefilo
TÍTULO ORIGINAL
Miserere
SINOPSIS
MISERERE sigue el recorrido de seis hombres jóvenes que se prostituyen por poco dinero en la estación de trenes de Once y la plaza Miserere, una zona neurálgica en el centro de Buenos Aires. Estructurado en una crónica de un día de verano, el documental presenta a través de las voces en off las historias y reflexiones íntimas de los protagonistas, aprovechando su transitar para enseñar el universo complejo y pluricultural de Once, a la vez que desarrolla el recorrido cotidiano de los trabajadores sexuales callejeros. MISERERE revela una realidad invisibilizada, la prostitución de hombres jóvenes de pocos recursos en las ciudades latinoamericanas.
FICHA TÉCNICA
74 minutos
Equipo Técnico
Dirección y Guion: Francisco Ríos Flores
Producción: Lucia Rey y Karina Cintia Fuentes
Dirección de fotografía: Juan Vollmer
Montaje: Jimena García Molt
Dirección de sonido: Nicolás Calderón
Protagonistas:
Rodrigo Balsano
Fabián Maldonado
Rubén Elías Lavín
Mariano Toledo
Carlos García
Matías Riccardi