Chemsex y VIH: representaciones en el audiovisual

by NOTASCINEVERSATIL

Aquel hombre frecuentaba fiestas donde combinaban sexo y drogas. Se había convertido en adicto a las metanfetaminas, el GHB (éxtasis líquido) y la MDMA (éxtasis o cristal). Era la única forma de poder relacionarse con otros chicos. Un día estaba en una de las fiestas y todavía no se había drogado. Se dio cuenta de que todos reían mientras miraban la pantalla de un televisor. Comenzó a reír, también, y se apresuró a ver lo que había en ese monitor. Era un grupo de hombres que se disputaban copular a un esclavo que no emitía gemidos ni señales de placer. Disfrutó ver aquella escena hasta el momento cuando un plano detalle mostró la cara del sumiso. Era su rostro. Había estado tan drogado que no lo recordaba. Esta es parte de la historia de Ted Schmidt, uno de los personajes de la serie Queer as folk versión estadounidense/canadiense producida entre 2000 y 2005 después de la versión del Reino Unido. No entraré en detalles sobre cuál versión es mejor. Eso poco me importa. En Venezuela primero nos llegó la versión norteamericana emitida por HBO. Solía grabarla en casetes de VHS.

Fotograma del documental Chemsex (2015) dirigido por William Fairman y Max Gogarty.

Esta representación tan detallada sobre ciertas drogas y el sexo entre hombres gais, si bien tenía la mirada puesta en el consumo problemático pretendía, al menos, informar sobre una práctica muy popular en el Reino Unido: el chemsex. Un término de origen británico que combina las palabras chems (de chemicals, en alusión a las drogas) y sex (sexo). En principio, diremos que se trata de un tipo particular de consumo sexualizado de sustancias, vinculado a algunas culturas gais.

La representación de la práctica del chemsex por parte de Ted Schmidt no difiere tanto de las representaciones de la década del noventa, del siglo pasado, cuando se combinaba sexo y drogas en ficciones con personajes gais poniendo foco en las jeringas, los delirios, el sida y la muerte. Sí, en este orden. Las mujeres sexodisidentes tampoco escaparon a esta cadena. Un ejemplo es la película Gia dirigida por Michael Cristofer en 1998. La contraparte de estas representaciones se correspondía con personajes gais, educados, estudiados y “bien portados” que no merecían tener VIH y, mucho menos, manifestar el sida. Una trampa para reivindicar a “los no drogados” y “los no promiscuos”. Tal es el caso de Filadelfia (1993) y  Al caer la noche (1997).

Más recientemente, películas como Errante corazón (2021) y El placer es mío (2024) han mostrado la práctica del consumo de drogas y sexo sin trampas reivindicativas ni estigmas.

Foto fija del cortometraje Chemsex (2024) dirigido por Daniel Porto.

En 2015 William Fairman y Max Gogarty realizaron el documental Chemsex en el Reino Unido. Este tenía una mirada sanitarista o de “preocupación por la salud de la comunidad gay” ya que los especialistas médicos, de algunas instituciones, encontraban una correlación entre la práctica del chemsex y el aumento de infecciones por Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) y otras Infecciones de Transmisión Sexual (ITS). Hago esta aclaratoria para que podamos entender el abordaje del documental que en su afán por informar y advertir adquiere un tono estigmatizante por dos razones que describo a continuación.

La primera razón es pretender encontrar explicaciones y soluciones sólo desde la mirada de la salud pública sin tener en cuenta a la propia comunidad gay. Es un error. Dentro de la comunidad hay organizaciones y personas referentes que conocen y saben cómo enfocar el tema sin estigmas y miradas reduccionistas. También es cierto, que algunas personas involucradas en los sistemas de salud pública se excusan (con razón o no, no es asunto de debate ahora) por no involucrarse en campañas del chemsex por temor a convertirse en impulsoras de estigmas de una comunidad que tiene necesidades de vivir de forma libre y naturalizar vivencias afectivas diferentes a las heteronormadas.

Fotograma del largometraje Gia (1998) dirigido por Michael Cristofer.

La segunda razón, es el abordaje al consumo problemático que no se realiza desde un enfoque integrador. Se olvida que el chemsex es una práctica socio cultural y se le da más peso al consumo de las sustancias psicoactivas y no a las personas. Si nos adherimos a este camino lo que tenemos asegurado es el fracaso de aquello que aparentemente queremos mejorar: los riesgos.

En 2023 asistí a un taller sobre consumos problemáticos y prevención de adicciones, dictado por un organismo público porteño para una red de personas LGBTI+. Me encontré con un abordaje que ponía énfasis en las drogas, el consumo y el marketing, sin ninguna comprensión sobre el erotismo psicoactivo (para emplear el término usado por el Dr. Ignacio Juré) y nuestra comunidad gay y trans. Podía observar las incomodidades de un chico alemán y otro brasilero que estaban en el taller.

Traigo este recuerdo porque creo necesario que las capacitaciones tengan en cuenta que no todos los consumos de drogas sexualizados son idénticos. No es lo mismo el consumo de sustancias por parte de mujeres que ejercen la prostitución VIP en España que el consumo de sustancias por mujeres transexuales en el conurbano bonaerense de Argentina. Muy diferente, también, es el consumo de sustancias en las personas heterosexuales que asisten a clubes swingers. Y lo que llamamos chemsex depende de los contextos culturales y sociales de los grupos practicantes. En Madrid, por ejemplo, se usa más la cocaína y la mefedrona. En Barcelona la tina (metanfetamina). En Bogotá la tina y la tusi (cocaína rosada de preparación rudimentaria a base de ketamina, éxtasis y cafeína). En Buenos Aires la marihuana (faso o porro), la cocaína y el alcohol. Y la práctica del chemsex abarca desde las fiestas en casas o clubes hasta la conexión virtual a través de una videollamada.

Serie Queer as folk, versión norteamericana/ canadiense.

Un consumo se considera problemático cuando diariamente se depende del mismo, se tienen alteraciones prolongadas a nivel psíquico, se gasta más dinero de lo normal, se producen ausencias al trabajo y ya ni se recuerda la última vez que se tuvo sexo sin consumir drogas. Todo esto aparece muy claramente explicado en el documental Paseos con Ciencia Chemsex: Sexo, drogas y salud pública, realizado por Carlos Martínez y Débora Álvarez en España, 2022. Son valiosos los aportes de Oskar Ayerdi, médico clínico e investigador del Centro Sanitario Sandoval en Madrid, los activistas Luis Villegas (Stop Barcelona) y Jorge Garrido (Apoyo Positivo), dos practicantes de chemsex y el director de la Coordinadora Estatal del VIH y sida, Tony Poveda. Aunque Débora Álvarez, la médica en Salud Pública, deja colar en sus entrevistas su postura sanitarista que busca la no incorporación de nuevas personas a la práctica del chemsex, sus entrevistados dejan claro que se va a seguir incorporando personas en esta práctica y que lo importante es conocer muy bien los riesgos.

Los riesgos siempre van a estar presentes, pero es preciso hacer ciertas precisiones y por eso me tomo la libertad de usar un texto de Ignacio Juré titulado “Erotismo psicoactivo: neurociencias, patologización y Chemsex en Argentina”, publicado en la revista digital Mate. En el mismo aclara que aparejar las prácticas eróticas, el sexo, con determinada sustancia no es lo mismo que combinar diferentes sustancias pisocativas. En el primer caso es una suma. El segundo una potenciación de los efectos perjudiciales. Por ejemplo, mezclar ketamina y GHB o alcohol es una potencia del efecto que puede ser muy peligrosa. Podemos llegar a vivenciar momentos de gran estimulación y entrega donde la percepción subjetiva del peligro se puede ver alterada. Pensemos, entonces, en las medidas preventivas para evitar la transmisión del VIH.

Algunos hombres se esconden tras bastidores en el documental Chemsex (2015).

Nuevamente con el título Chemsex (2024), pero ahora en formato cortometraje, Daniel Porto nos presenta una visión sin prejuicios de las complejidades de la práctica del chemsex, destacando las experiencias de hombres homosexuales que asisten a una fiesta y exponen sus diferentes capas emocionales. Una de ellas la convivencia con el VIH y la decisión personal de quien no vive con el virus de hacer parte de estas fiestas. Lo mejor de este filme es la posibilidad de dejarnos con preguntas. Cómo tenemos sexo, de qué forma lo tenemos y cómo cuidarnos es, primeramente, una decisión personal. Luego, una decisión del grupo que participa en la práctica del chemsex. Ya muchos grupos, por ejemplo, tienen la figura de la persona cuidadora (aquella que está pendiente de si alguno de los participantes en algún momento se siente mal) y la proveedora (aquella que deja en el sitio del encuentro de manera visible los condones). 

Chemsex (2024) de Daniel Porto finaliza con una escena de sexo (en una fiesta chemsex) entre dos hombres serodiscordantes sin revelar si usaron o no el condón después de una charla íntima. Muchas son las posibilidades. En ningún momento se estigmatiza a los participantes ni tampoco se recalca la negación del VIH como en el caso de un grupo de hombres que se declararon “disidentes del VIH” en el documental Chemsex de William Fairman y Max Gogarty, o aquel joven estudiante que le pedía a su guapo profesor en la serie norteamericana Queer as folk que le transmitiera el don, haciendo referencia al deseo ser infectado por VIH.

Elenco de la serie Queer as folk, versión norteamericana/ canadiense.

Chemsex (2024), el cortometraje, es la actualización de Chemsex (2015), el largometraje. De la fuerte mirada sanitarista a una comprensión desde la propia comunidad gay. De algunos hombres que se ocultaban tras un bastidor (a modo de reportajes televisivos ochenteros) a la totalidad de personajes visibles, sin vergüenza ni miedo. Y si bien, tanto en el caso del VIH como del consumo de sustancias psicoactivas hay una diferencia entre el “deseo de decirlo” y la “obligación de decirlo” (considerando el marco de respeto a la confidencialidad); también es cierto que quienes deciden hablar de sus experiencias contribuyen a la no estigmatización.

Por aliriocinefilo

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