Río Chico, estado Miranda, Venezuela, 2008. Un grupo de amigos nos reunimos para celebrar el cumpleaños de Luisito durante todo un fin de semana. Somos 8. Fermín y su hermano menor, Kevin (mi novio de entonces), el cumpleañero y su pareja de 17 años de relación, Isaac, Orlando, un chico guapo cuyo nombre no recuerdo y yo.
Maracay, estado Aragua, Venezuela, 2015. Un grupo de amigos nos reunimos para celebrar la post navidad. Somos 8. Giovanni el mayor de todos, José Manuel y su novio Jarisve, Jair, Víctor, Emilio, Mario (el novio al cual le llevaba 17 años) y yo.
La Castellana, Municipio Chacao, estado Miranda, Venezuela, 2017. Un grupo de amigos nos reunimos para celebrar la pre navidad. No recuerdo cuántos somos pero sí que son diplomáticos conocidos de Luis, el cordial y divertido español. Yo estoy con Rosmen. El más guapo de la noche: Rubén. Hay chilenos, británicos, franceses, alemanes, españoles y un chico wayú.
San Justo, Buenos Aires, Argentina, 2020. Un grupo de amigos nos reunimos para celebrar el cumpleaños de Esteban, aprovechando que durante la cuarentena han permitido la reunión de hasta 6 personas. Somos Juan (mi esposo), Manu (el esposo del cumpleañero), Lucas y Lucas, Esteban (el cumpleañero) y yo.
Sensibles recuerdos, amargas y dulces vivencias, evolución de mis pensamientos. A pesar del tiempo que separa una y otra fiesta, encuentro la constante diversidad del ser gay. No hay un modo exclusivo de serlo. Esto podría definirlo como tipos, mientras los estereotipos se corresponderían con la generalización o simplificación de un grupo de personas a partir de los tipos: todos son así o solo son así.
Aunque el audiovisual muestre tipos, la lectura del público empuja al concepto estereotipos en ese universo que llaman imaginario colectivo. Probablemente, será mucho más fácil acusar a una película de estereotipada si muestra pocas formas de ser gay. Así, por ejemplo, si aparece la loca escandalosa y divertida, rápidamente la mayor parte de la crítica argumentará que seguimos atrapados en el estereotipo de la mariquita risible, aunque esa loca sea una heroína. La función positiva del estereotipo (y sí, todo estereotipo tiene una dimensión positiva) es convertida, casi siempre, en algo negativo. Recuerden, por ejemplo, cuando decimos que los chinos son buenos trabajadores. Esa connotación de trabajar se transforma en lo único y exclusivo que hacen los chinos en su vida, en aburrimiento.
¿Acaso el descrédito a la loca es una insistencia implícita por la inclusión normada del gay serio y masculino? Hace 7 años yo escribí sobre la democratización de los estereotipos como solución a dar espacio en un mismo audiovisual a más posibilidades de tipos (que casi siempre se transforman en estereotipos). Hoy en día, pienso que esa democratización aplica en la industria cinematográfica como la oportunidad de representaciones de tipos (no exclusivamente binarios) mezclados con arquetipos (modelos binarios del ser, por ejemplo: bueno y malo). Dicho de manera más simple, cada forma de ser gay debe humanizarse con las dimensiones de la heroicidad y la villanía, rompiendo las dicotomías y ampliando posibilidades. Ya hace muchos años dejamos de representar al gay como homosexual enfermo mental (década del 70), como personaje inmerso en el universo de la delincuencia (década del 80) o como héroe gay con SIDA (década del 90).

The boys in the band dirigida por Joe Mantello (2020), estrenada en Netflix y basada en la obra homónima de Mart Crowley, reivindica la tan criticada The boys in the band dirigida por William Friedkin (1970). Dos momentos diferentes, que algunos insisten en hacer uno cuando consideran la nueva versión como cargada de estereotipos que no representan a la comunidad gay. ¿Qué o quién nos representa entonces? ¿Qué es ser gay? Salvando la distancia latinoamericana con el contexto norteamericano, los personajes de The boys in the band me recuerdan esas diferentes formas de ser, compartidas en fiestas gais. Esas reuniones donde se generan bailes, chistes y risas, pero también momentos de tensión por aquellos deseos sexuales imaginados o concretados en algún momento.
El filme presenta 9 formas de ser (¿estereotipos?) gay o marica: la loca divertida, el guapo deseable, aquel que mantiene vida bisexual obligada, el homófobo que no se acepta, el prostituto con cuerpo de gimnasio, el negro intelectual, el que sí acepta sus múltiples vivencias sexuales, el judío ponzoñoso y el hombre de apariencia y comentarios hirientes (la marica mala). Por supuesto, hay muchísimas otras formas de ser gay o marica.
Un amigo me comentó que The boys in the band era un exceso de mariconería. Yo le respondí: ¡divina la película, divinas todas las locas! Su comentario es una de las tantas evidencias, que a pesar de haber transcurrido, a la fecha del estreno del remake del filme de Friedkin, 50 años se sigue internalizando esa voz normativa que sentencia: si eres un gay serio te irá bien en la vida. ¡Cuánta discriminación! Pienso en las palabras finales de uno de los personajes:
«Si pudiéramos dejar de odiarnos a nosotros mismos… si aprendiéramos a no odiarnos tanto a nosotros mismos».
Mart Crowley muy a propósito incluyó en las líneas de uno de los personajes “Muéstrame un homosexual feliz y te mostraré un cadáver”. Es una frase que devela con crudeza las incomodidades que seguimos generando en muchas instituciones como la familia, espacios escolares, clubes deportivos y espacios laborales. Quizá el cadáver de muchos gais es no ser ellos mismos y ajustarse permanente a lo que quieren sus familias y las religiones donde hacen vida.
Algunos jóvenes no le dan importancia a salir del clóset. Se sienten cómodos situarse en una puerta pequeña a medio abrir donde dejan escapar aquellos divinos monstruos que ponen sazón a sus vidas (grindr, discos, cruising). Desde este espacio, liberan sigilosamente el yo gay o yo marica, que se divierte desmesuradamente. Cuando se saturan se colocan la investidura del yo muchacho serio, hijo correcto que jamás traiciona a su familia de férrea moral cristiana o católica.
Otros maricas, ahora, no se identifican con los movimientos LGBT+, son efímeros, duales, líquidos. Se sienten deseados permanentemente y esa es su nueva militancia: el deseo. Si antes salir del clóset significaba asumir unas cuantas características de la vida marica y el activismo LGBT+, ahora no importa hacerlo. No hay interés por identificarse con estos rasgos. Ellos también son parte de la diversidad.
Pero no todo es desesperanza, miedo, desinterés y actitudes acomodaticias. Claramente hay mayor visibilidad y concienciación. Como afirma, mi amigo artivista Rodrigo Peiretti:
«Los horrores aún existen, son los mismos, pero las herramientas para construirse, para defenderse, para reflejarse, son tan inmensas hoy, que simplemente me emociona; Jinetxs en la Tormenta».
¡Seguimos siendo los chicos de la banda!
Por: aliriocinefilo

TÍTULO ORIGINAL
The boys in the band
SINOPSIS
Un grupo de homosexuales se reúne en un apartamento de Nueva York para celebrar el cumpleaños de un amigo. Cuando transcurren las horas, después de beber y de subir el volumen de la música, la velada comienza a exponer las fisuras que existen entre su amistad y el dolor auto-infligido que amenaza con hacer trizas su concepto de la solidaridad.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Joe Mantello
Producción: Ryan Murphy, David Stone y Ned Martel
Guion: Mart Crowley y Ned Martel
Basada en The Boys in the Band (obra de teatro) de Mart Crowley
Fotografía: Bill Pope
Montaje: Adriaan van Zyl
Protagonistas: Jim Parsons, Zachary Quinto, Matt Bomer, Andrew Rannells, Charlie Carver
País: Estados Unidos
Año: 2020
Género: LGTB, drama
Idioma: inglés
Distribución: Netflix
Compañías Productoras: Ryan Murphy Productions